
Después de reconocer la sombra, nos encontramos con la herida: aquello que más nos duele y que suele repetirse como patrón en nuestra vida. La herida es memoria viva en nuestro cuerpo y en nuestra psique. En este proceso no buscamos culpas, sino comprensión. Nombramos el dolor, lo sentimos, lo honramos, y en esa aceptación nace la posibilidad de sanación.